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Caos

La marginalidad, la falta de recursos, la falta de tiempo para el arte, la ausencia de reconocimiento de los demás… ¿Cómo afectan la creatividad de un artista? ¿Hasta qué punto los años de anonimato, lo desalientan? ¿ Le quitan tal vez las ganas y el impulso de crear?

Si no hay quien quiera apreciar y recibir el mensaje artístico de un hombre ¿Cuánto tarda ese hombre en dejar de valorarse a sí mismo? ¿Un naufrago solitario podría ser un artista?

¿Qué tan resistente es el alma humana a la anulación?

Los artistas rebeldes y jóvenes suelen argumentar que la marginalidad es “fructífera”, que un verdadero artista debiera ser rebelde y desconocido  ¿Pero qué tan cierto es esto con el pasar de los años?

¿Es posible seguir siendo rebelde, después de veinte años, de trabajar 10 horas diarias despachando combustible? .

En el caso de mi padre, creo que la marginalidad lo afectó de dos maneras contrastantes:

Por un lado su obra pareció desmembrarse. A Partir de 1990 mi  padre dejó de cuidarla. Ya no firmaba sus trabajos, sólo pintaba sin pensar en el destino de esas pinturas. Pintaba las telas de ambos lados, lo que obviamente preveía un deterioro rápido, hacía miles y miles de bocetos, uno junto al otro,  en general pequeños… algo que pudiera acabar en unas horas… luego desgarraba sus propias telas con una navaja… a veces las quemaba. Como si las obras no fueran “obras”, la creatividad se derramaba sin forma… se dispersaba en el aire.

Al mismo tiempo, como si su propio talento se resistiera a la inminencia de la desaparición, pintaba mucho más…. Pintaba a todas horas. Pintaba encendido y obsesionado.  

Mientras hacía las cuentas correspondientes a su trabajo en la gasolinería,   hacía miles y miles de bocetos, con lapices de colores, con fibras, con plumas…  

Sus obras, como sucede con las especies en extinción se reproducían y multiplicaban.  

A esta apasionada lucha interna se sumó la rabia. Mi padre fue despedido de la gasolinería, a los 56 años de edad, en la época en que se realizaban despidos masivos.  La furia contra el abuso,  y la explotación del capitalismo, no eran sólo una idea política en su caso.

 

Eran una sensación física…

El Automovil Club Argentino, la empresa para la que mi padre trabajó durante años… lo había explotado y utilizado  infinitas horas… y ahora , como a tantos otros, lo descartaba. 

Durante los dos últimos años de su vida, mi padre casi enloqueció de impotencia y desaliento , y al mismo tiempo realizó la obra más extensa y hermosa.

Creación y destrucción: los dos grandes impulsos humanos… igual de poderosos y terribles.

Siempre he sentido que a mi padre  lo mató la rabia… Murió de un derrame cerebral .  Tal vez,  como consecuencia del desasosiego. Así como  su  obra se desmembraba y desarticulaba… el  desgarramiento alcanzó también a su cuerpo y alma. 

Pero la belleza  brotaba de los lienzos desgarrados… Los colores más puros y felices, nacían, caprichosamente, en los rincones más inesperados donde mi padre dibujaba.

Como si la creatividad  fuera una extraña fiebre, un impulso de vida, más fuerte aun que la muerte…

Una misteriosa creatividad lo impulsaba más allá de si mismo, hasta el último día de su vida, a seguir  pintando.

© 2019 by Altamira Films.

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